7.2.12

Aterrizo en campos de espinas, caigo en picada, y como todo animal herido, aúllo.
Mis ladridos se oyen desde tu ciudad de roca, dentro de tu cárcel de cristal, y tus vidrios se destrozan y caen al compás de mis gritos. 
Mi dolor hiere tus oídos, logrando que tus lagrimas broten en cascadas, como si vos sufrieras mi pesar, como si conocieras el infierno a mi lado.
Sentís el ardor en tu cuerpo, en tus poros, y el fuego en tus entrañas, mientras lloro incansablemente, al ritmo de la luz de la luna, conociendo el rostro de Belsebu en un intento desesperado de huir (inútilmente!)
Y muero, intentando solo calmar el dolor, con mis huesos hechos astillas y mis entrañas hervidas.
 En ese descontrol eterno, solo sabes que ese pavor, siempre te va a acompañar... 

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